Descubrí hace poco, entre párrafos de páginas sucias
de ese cuaderno que un ser muy querido posó un día en mis manos,
cómo le dedicaba unos versos a un trozo de tierra que me dio cobijo (y me da, me da), que me dio
mi primera bocanada de oxígeno.
Unas palabras pensadas y destinadas a ese trozo de tierra, a esa España con luna soleada, con ritmos propios, con amores primerizos, familia al lado de la hoguera, amistades cómplices de primeras despedidas y saludos,
a ese trozo de tierra con aire de vida, de ignorancia envolvente, de cultura latente y dispuesta, de vida en la vida, de murmullo en la azotea del sur,
unos párrafos a España,
«mi triste bailarina»
se titulaba.
Y hace unos días, acá, desde la gris Montevideo que por fin se despide del invierno,
me llegó el olor de una España somnolienta que despierta,
de una España que no me genera patria, sino
baile.
Y aunque no la extraño (porque sé que vuelvo),
pensé en ella
y quise arrancarme a mover los pies con ella. La primera parte (porque hay más) dice así:
I.
Pienso en España
y no pienso en Patria,
pienso en partida
pienso
en una bailarina llena
de agua que no sabe girar
sobre sí misma, pero que define mis pasos de pájaro
y mi vuelo de oruga.
Pienso en España
y aparece mi abuela
desnuda
mirando un jarrón sin
flores
huyendo del lobo con llaves, del útero
sin semillas que la expulsó
en vida rota.
Pienso en España y se me llena la boca
de heridas
pero aparece también la medicina,
y toda la sangre se descubre luz,
se autodefine vida.
Pienso en España cuando no debería,
cuando llueve hacia arriba
y me ahogo en casas turbias
en asfaltos coronados de sepia.
Pienso en España
y pienso en dolor y sexo
se agolpan llantos, amistades de charlas y chicos
en donde el baloncesto se queja
y el fútbol suspira,
salidas del colegio
de una infancia feliz
una adolescencia febril
y una huida de brújula (caliente).
Pienso en España y pienso
en fractura
-de mí hacia mí,
de familia a vida-
Pienso en Sur de mañana,
en desayunos que abarcan la piel arrasada.
Pienso en orgasmo a medio camino,
en ritmos, que no son más que palpitación,
y cúmulo de rutina sabia.
España me piensa desde la vida,
cuando nadie más se atreve a jurar mi realidad de alma.
España me piensa a escondidas,
y yo me descubro Madrid,
alboroto y Granada,
sonrisa y montaña junto al poeta muerto.
Me descubro rota pero sin heridas
o con mucho daño, pero con tiritas.
España me amanece cuando acá y sin mate
son las dos de madrugada,
y entre reinas oníricas me despierto en sus brazos de sol
y agua
-Me reinventa el camino
y me veo agarrando la mano de mi abuelo
cerrando los ojos al «sol que siempre sale»
a las lágrimas desde los siete años
y las imágenes posadas en las manos llenas de arrugas-
España me piensa desde su reverso insano,
levanta sus manos
y desde el muro invisible
me habla de pugnas baratas,
de identidades mentirosas que calcinan paisaje
verde
y las islas que no deben.
España baila y está coja.
Bailarina perenne, incendio que crece.
España me piensa,
sin pensar en mí.
Y yo pienso en ella,
tan lejos
de ella,
yo pienso en ella.
Bailarina perenne,
incendio que no cede.